martes, 7 de febrero de 2012

“El secreto de sus ojos”.


CABILDO - Por la Nación contra el caos 





OJOS

Largo tiempo después de su estreno, un oportuno DVD me permitióver“El secreto de sus ojos”, la película de laque todos hablaron. No es mi intención comentarla aunque puedo decir —entérminos muy generales— que me pareció bien actuada pero, en definitiva, una“película del montón” como se dijo en la revista “Noticias”. Ninguno desus dos argumentos —la investigación de un crimen y el contenido romanceentre Darín y Villanueva— tienen carnadura para ser algo más.
  
(Después de escrito lo anterior leí en el blog de Flavio Mateos —Videotecareduco—una excelente crónica a la que remito al lector).
  
Lo que quiero comentar es algo en lo que, curiosamente, ningúncronista de la prensa comercial reparó. Como se recordará, el protagonista descubre, hacia el final del filme,que el marido de una víctima de violación y asesinato mantiene, desde haceveinticinco años, “preso” en su casa (en rigor, secuestrado) al autor delcrimen, un militante de la Triple A.
  
Debe recordarse también que el protagonista, Darín, ha sido presentadocomo un justiciero que se saltó algunas reglas para lograr encontrar y castigaral culpable de los delitos indicados. Pero ¡oh sorpresa! al justiciero Darín nise le pasa por la cabeza intervenir en el delito que tiene ante sus ojos —privaciónilegítima de la libertad— y obtener, por lo menos, la liberación delpreso en la cárcel privatizada.
  
Tampoco el público (ni los que comentaron la película) reaccionaante este delito. No es que el marido de la víctima ha “hecho justicia por manopropia”. Lo que ha hecho es injusticia, porque ningún condenado a perpetuacumple en la Argentina veinticinco años de cárcel ¡en reclusión solitaria!,pena que no existe en nuestro Código Penal.
  
Por este detalle, la película se vuelve una metáfora de lo quehoy se entiende en nuestro país por justicia, es decir una injusticia con quese  “corrige” otra injusticia. Ytodavía habría que agradecer que se conserven algunos rasgos de la justicia común:un estrado y tres señores sentados tras unas mesas. No es mucho más lo que quedade Themis.
  
Dicho de otra manera, para los monstruos no hay justicia sinosimple venganza. No hay juicio debido, ni normas procesales ni las garantíasque tan numerosas fluyen en relación con los delincuentes comunes. Si unmonstruo está preso, bien preso está, cualquiera sea el procedimiento paralograrlo o la cárcel que lo aloje. Para ellos sólo vale el  ojo por ojo, ¡y esto cuando lostribunales rebosan de discípulos de Kelsen, para quien  la ideamisma de una justicia abstracta era un mito y lo único que valía era el derechopositivo que no exigía más que reglas claras dictadas por autoridad competente!
  
Insisto: no es la acción que nos presenta la película —el “encarcelamiento”privado— lo que me llama la atención. Lo asombroso es la nula reacción deprotagonista (que ni piensa en movilizarse para detener esa injusticia) y elsilencio de las decenas de zurdos “justicieros” que vieron y comentaron la película.A ninguno, hasta donde yo sé, se le ocurrió cuestionar lo que hace el carceleroy lo que no hace Darín.
  
Pero me corrijo: no tiene nada de asombroso: es lo lógico en unpaís que ha perdido el rumbo hace muchos años, tras veintitantos deadoctrinamiento gramsciano.
  
Aníbal D’Ángelo Rodríguez
  

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